¿cuál es la relación entre transición energética y cambio climático? ¿el acuerdo de parís contribuye a la transición energética?

No hace mucho tiempo que se empezaron a entrelazar los términos energía y clima. Las primeras relaciones vinculaban la energía con el ambiente de manera general. Desde comienzos de la era industrial, los impactos del carbón sobre la salud y el empeoramiento de la calidad del aire, sumados a los impactos de la minería, iniciaron un camino que luego fue profundizado por el resto de los combustibles fósiles y nucleares.

Desde principios del siglo XIX existieron trabajos que advirtieron acerca de la relación entre el clima planetario y la concentración de determinados tipos de gases en la atmósfera. A fines de dicho siglo, se escucharon las primeras advertencias respecto a la liberación de determinados gases por el uso de combustibles fósiles y la posible alteración en la composición de la atmósfera y en el clima.

La idea de que existe una relación entre la composición de gases en la atmósfera y la temperatura promedio planetaria está ampliamente aceptada. También existe consenso en que una mayor concentración de gases de efecto invernadero se asocia históricamente con mayores temperaturas promedio planetarias. Sin embargo, esta no es la única causa del cambio climático global, y en el análisis es preciso incluir otros elementos sociales y ambientales.

Los gráficos que siguen muestran la secuencia correspondiente a las emisiones de gases de efecto invernadero, el aumento de concentración de dichos gases en la atmósfera y las variaciones de temperatura entre 1850 y 2011 (Intergovernmental Panel on Climate Change, 2015).

El primer gráfico muestra el fuerte crecimiento de las emisiones y sus fuentes principales: la extracción y utilización de combustibles fósiles. Cabe destacar que el grueso de estas emisiones se ha producido desde 1970 hasta la fecha.

El segundo gráfico se refiere a la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Entre 1750 y 2017 se emitieron a la atmósfera 2200 (+-320) GTCO2 (gigatoneladas de dióxido de carbono), la mitad de ellas en los últimos 40 años y el 78 % corresponde a emisiones asociadas con los combustibles fósiles (Ibídem, pág. 5, 2015).

De acuerdo con el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), para lograr que el incremento de temperatura promedio global no supere 1,5 ºC por encima de la temperatura preindustrial (con una probabilidad del 66 %), las emisiones de gases de efecto invernadero no deberían superar las 420 GTCO2. Teniendo en cuenta que anualmente se está emitiendo a escala global entre 30 y 40 GTCO2, y si se mantienen los patrones de producción y consumo actuales, el cupo de emisiones que garantizaría el cumplimiento de las metas del Acuerdo de París se agotaría en algo más de una década (Intergovernmental Panel on Climate Change, 2018).

Si el mundo pretende cumplir el objetivo establecido en el Acuerdo de París, es decir, limitar el aumento de la temperatura promedio a 2 ºC, hasta 2050 no se podrá consumir más de un tercio de las reservas probadas de combustibles fósiles (IEA, 2012).

Como plantea la Agencia Internacional de la Energía, aun sabiendo que se dispone de recursos fósiles, es necesario dejarlos bajo tierra. Todo proceso de transición energética popular debe plantear este objetivo como punto de partida.

Más aún, se deben evaluar otras fuentes de energía desde una perspectiva que priorice no solo la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero en su extracción y uso, sino también el respeto de las y los trabajadores que se vinculen a las mismas, la preservación de los territorios y el respeto de las tradiciones de las comunidades que viven en ellos.

En este marco, si bien el Acuerdo de París reconoce la urgencia y la importancia de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para mantener el incremento de la temperatura global dentro de los límites establecidos, los mecanismos propuestos para dicha reducción resultan insuficientes. El abandono de las metas obligatorias, que habían sido acordadas en el marco del Protocolo de Kyoto, para ser reemplazadas por objetivos voluntarios significó un gran retroceso en las políticas globales sobre cambio climático.

Las Contribuciones Nacionales Determinadas (ofertas voluntarias de reducción) presentadas por los países miembro de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) no son suficientes para alcanzar el nivel de reducción necesario para cumplir con la meta de 2 ºC de incremento máximo de la temperatura promedio global. Al mismo tiempo, la implementación y profundización de mecanismos de mercado, como alternativa para no cumplir con los compromisos de reducción (aun siendo voluntarios), no solo implica que la reducción real de emisiones no tiene lugar, sino que además incrementa los conflictos socioambientales en las regiones donde se establecen los proyectos de compensación.

La posibilidad de acudir a soluciones tecnológicas con consecuencias no probadas, pero cuyo riesgo es muy alto, principalmente para las comunidades y regiones empobrecidas donde se implementarían, constituye una distracción más frente a las medidas necesarias para una transición energética justa.

La magnitud del desafío que implica atender a la necesidad de reducción en el uso de combustibles fósiles es gigante. Incluso instituciones como la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA), en sus escenarios futuros compatibles con los objetivos de incremento de la temperatura promedio mundial del Acuerdo de París, plantea que en el 2050 deberíamos utilizar la cuarta parte del petróleo que se utilizó en el año 2010 (IRENA, 2019).

Cualquier proceso de transición energética popular debe asumir el desafío urgente de abandono de los combustibles fósiles, y esto debe ser monitoreado, teniendo en cuenta las consecuencias sociales para las comunidades que han sido afectadas por su extracción, pero también cuyos ingresos han dependido de ésta, incluyendo las y los trabajadores de los sectores involucrados.

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