¿los agrocombustibles son una alternativa?

El auge de los agrocombustibles ha impactado en varias regiones del Sur Global. La primera expansión, a comienzos del siglo XXI, coincidió con un incremento del precio del petróleo a escala global. Europa y los Estados Unidos, principalmente, promovieron esta expansión, a través de metas sobre energías y combustibles renovables para el transporte.

Este impulso inicial a los agrocombustibles evoca una imagen de abundancia que permitía a políticos, industria, Banco Mundial, Naciones Unidas e incluso al Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático presentar los combustibles producidos a base de maíz, caña de azúcar, soja, palma y otros cultivos como una alternativa de transición de la economía basada en el petróleo.[1] Esta promoción de los agrocombustibles implicó una transformación sin precedentes del sistema alimentario.

El impulso de los agrocombustibles como respuesta al calentamiento global se basaba en que las plantas, al crecer, absorben dióxido de carbono y, por lo tanto, su posterior uso no aumentaría las emisiones, sino que las compensaría. Se creaba la ilusión de que no se estarían introduciendo nuevas moléculas de dióxido de carbono al ambiente. Esto es falso por muchas razones, pero la principal es que la propuesta de producción de agrocombustibles se encuentra asociada a un modelo fósil, concentrado y sumamente ineficiente en términos energéticos (Kossman & GRAIN, 2007).

Los agrocombustibles no solo no aportan a la mitigación del calentamiento global, sino que desplazan cultivos alimenticios, impulsan la concentración y acaparamiento de tierra, agua y del patrimonio natural, ocasionan la expulsión de campesinos y campesinas, e incrementan el control corporativo.

Los agrocombustibles han sido la herramienta de los impulsores de la transición energética corporativa para suplantar la versatilidad de los combustibles líquidos destinados al transporte. Una fuerte alianza entre petroleras, automotrices y empresas del sector químico es la que promueve esta iniciativa.

Desde el punto de vista de su potencial como mitigadores del cambio climático, el análisis ha cambiado en los últimos años, pues ahora se tienen en cuenta los impactos de los cambios en el uso del suelo en las distintas regiones.[2] La Unión Europea introdujo una enmienda en la directiva sobre energía renovable, limitando los objetivos de inserción de agrocombustibles hasta 2030.

En el siguiente gráfico, se observa que solo algunas alternativas de etanol y algunas de nuevas tecnologías podrían emitir menos gases de efecto invernadero que los combustibles fósiles (Fuente: Ibídem, pág. 8, 2016). Sin embargo, estas mediciones no tienen en cuenta las cantidades de energía utilizadas en su generación, ni su impacto.


Emisión de biocombustibles vs. emisión de combustibles fósiles


El diésel producido a partir de aceites vegetales, que representa aproximadamente el 70 % del mercado de biocarburantes en la Unión Europea genera, en promedio, un 80 % más de emisiones que el gasóleo fósil al que sustituye.[3] Aún después de las reformas en la normativa, el incremento de emisiones es comparable a las emisiones de 12 millones más de automóviles.

Estos son aspectos ligados solamente a las emisiones de gases de efecto invernadero, que es el principal argumento para impulsar y financiar proyectos de agrocombustibles, y no examina los impactos en el uso del suelo, la producción de alimentos y la concentración de la tierra, entre otros conflictos asociados con los agrocombustibles.[4]

En el caso de América Latina, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) advertía que: “América Latina tiene el potencial para satisfacer una parte importante de la demanda mundial por etanol y biodiesel. Sin embargo, la producción de biocombustibles podría implicar una expansión de la frontera de producción, lo cual impone un serio reto para el sector agrícola y posiblemente el medio ambiente de los países de la región (…) El aumento de cultivos energéticos puede provocar cambios importantes en la estructura agraria. Los cambios estructurales esperados más significativos consisten en una mayor concentración de producción y tenencia y en la aparición de nuevos tipos de actores y normas. También se generarían cambios significativos en la estructura económica, principalmente por la creación de economías de escala, y se aumentarían las presiones sobre recursos naturales y ecosistemas”. También aseveraba que implicaría el incremento del precio de los alimentos y una transferencia de recursos de consumidores a productores.

La demanda de combustibles para el sector del transporte a escala mundial y regional es tan alta que la posibilidad de sustituir combustibles fósiles por combustibles de origen vegetal requeriría usar vastas extensiones de tierra, que, en su mayoría, son habitadas por comunidades tradicionales campesinas, indígenas o afrodescendientes para su subsistencia.

Desde la transición energética popular, la discusión se debe centrar en las formas y necesidades de transporte, más que en las fuentes de energía usadas para satisfacer sus usos actuales.

[1] En palabras de Eric Holt-Giménez (2007).

[2] Ver Globiom y Transport and Environment. Informe Globiom. Transport and Environment (2016)

[3] Satisfacer solo con soja la meta de la Unión Europea del 5 % de biocombustibles para el año 2020 implicaría cultivar más de 70 millones de hectáreas con dicha oleaginosa en América Latina (Urías Urías, Meza Ramos, & Mendoza Guerrero, 2014).

[4] La producción de aceite de palma es uno de los principales impulsores de la destrucción de las selvas tropicales y del drenaje de las turberas en el sudeste asiático y, cada vez más, en América del Sur. AGREGAR FUENTE

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