¿por qué es tan importante poner atención en el transporte?

Como se plantea en otras partes del documento, es sumamente importante poner atención en el lado de la demanda, es decir, en los usos de la energía.
A escala mundial, se podría decir que los usos de la energía se dividen casi por tercios entre el sector transporte, el industrial y el de los edificios o residencial, de acuerdo con las diversas fuentes de información. Sin embargo, este patrón presenta variaciones en diversas regiones y países en los cuales, por ejemplo, se incrementa el peso del sector transporte en detrimento de otros.

Por diversas razones, el sector que muestra mayor criticidad a la hora de plantear la reducción de su peso es justamente el sector del transporte. En el gráfico siguiente podemos observar cómo es la composición modal del sector del transporte a escala mundial (IRENA-IEA-REN21, 2018).
El transporte por carreteras tiene un peso mayor, donde debe incluirse la circulación en las ciudades y entre ciudades de transporte de carga y de personas.
Este sector es movido en su mayoría por combustibles líquidos provenientes del petróleo y el gas, que representan el 96 % de todo el sector; esto se complementa con un 1 % de electricidad de fuentes no renovables y un 3 % de fuentes renovables (etanol, agrodiésel, electricidad renovable, etc.). La gran facilidad de transporte y acumulación, así como la alta densidad energética, han llevado a que los combustibles fósiles, en particular los líquidos, penetren fuertemente en la sociedad, consolidando un complejo industrial asociado con muchas estructuras de poder, incluido el complejo militar.
Disminuir el uso energético en el transporte requiere redimensionarlo totalmente y asociarlo a un nuevo modelo productivo. Entre las tareas urgentes, aparecen cambios hacia sistemas más eficientes de transporte de carga y de personas, como el ferrocarril o las barcazas, frente al transporte de carga por camiones o, en el caso del transporte de personas, priorizar el transporte colectivo por encima del individual.
En segundo lugar, es necesario cuestionar la necesidad de transportar cosas, en muchos casos, mercancías. La circulación de bienes se asocia a lógicas mercantiles que garantizan el sostenimiento de sistemas concentrados y centralizados de producción, distribución y consumo. En consecuencia, desarticular las cadenas largas en kilómetros de producción y remplazarlas por producción local, en pequeña escala y descentralizada, es un paso indispensable. Esto se relaciona directamente con la urgencia de denunciar los acuerdos existentes y proyectados de comercio y protección de inversiones.
Asimismo, se requerirán inversiones diferentes en infraestructura y achicar determinados sectores industriales, sobre todo los asociados a los vehículos de combustión interna y los automóviles particulares. Esto se debe hacer sin detrimento de las condiciones de vida de las y los trabajadores de esos sectores, garantizando alternativas concretas de trabajo y capacitación, desde la base del respeto de sus derechos.
Es importante observar que una de las mayores dificultades para reducir el peso del transporte tiene que ver con que representa un gran negocio, cuyos ganadores se han posicionado muy cerca de las estructuras de poder.
Se puede apreciar que, mientras que el volumen del transporte internacional de América del Sur no llegó a duplicarse entre 2002 y 2013, su valor se multiplicó casi por cinco (Wilmsmeier, 2015).
Los más de 1400 millones de automóviles individuales en el mundo son imposibles de sostener por la escasez de combustibles fósiles y por las emisiones tanto de gases de efecto invernadero como otros gases que afectan a la salud, sobre todo en las grandes urbes. La mitad de esos autos se encuentran en América del Norte y Europa, aunque China duplicó en un lustro la cantidad de vehículos y ya supera los 150 millones.
Pensar que ese número de vehículos se pueda reemplazar con vehículos eléctricos es un espejismo que intenta mantener las mismas estructuras de producción y consumo, pero que es imposible de construir sin incrementar la extracción y explotación de recursos y territorios.
En este marco, priorizar el sector eléctrico como alternativa sería un error. Aunque es probable que el sendero de la transición exija una mayor electrificación, es indudable que cualquier programa de decrecimiento del uso de la energía debería tener como eje central la disminución del número de automóviles particulares.
Es un desafío para la transición energética popular avanzar en este proceso asumiendo también los desafíos que plantea lo que los sindicatos y otras organizaciones sociales denominan “transición justa”.